Si el juego es determinante para el crecimiento y las habilidades sociales, la revolución digital define una bisagra cuyas fronteras se desdibujan ante las actualizaciones de las aplicaciones en constante transformación
INFOBAE por Mariela Mociulsky
El ritual de abrir un juego de mesa, sumergirse en un universo de reglas, que exigen respetar turnos y aceptar el azar. Tolerar esta dinámica es un desafío para las generaciones 3.0 que ya están acostumbradas a códigos propios donde la virtualidad es una de las fichas ganadoras.
Sin embargo, los juegos –analógicos o digitales– involucran ejercicios de convivencia y competencia donde se gana, se pierde o se empata. El juego facilita el vínculo y es clave en el proceso de aprendizaje. Fomenta la concentración, es una puerta abierta a la socialización y una herramienta para transformar la realidad. Jugar favorece el intercambio y allana el camino para el acuerdo y la confrontación que también son aspectos interesantes para entrenar los vínculos.
¿Pueden estos ejes fundacionales encontrar un espacio en dispositivos o redes sociales? ¿Cuál es la contribución del desarrollo tecnológico en cuanto a la reconfiguración de las nuevas infancias? ¿Qué procesos catalizó y aceleró la pandemia, afianzando el uso de celulares y tablets como extensiones del cuerpo humano? Las preguntas y reflexiones sobre este punto, desde ya, se inscriben en el marco de contextos urbanos, donde la conexión y el acceso están al alcance, sin tomar en cuenta las situaciones donde la brecha digital deja afuera de esta modalidad a millones de chicos que crecerán y mirarán al mundo con otra perspectiva, con experiencias sensoriales vinculadas a otro tipo de contactos, menos mediatizados.
Si el juego es determinante para el crecimiento y las habilidades sociales, la revolución digital define una bisagra cuyas fronteras se desdibujan ante las actualizaciones de las aplicaciones, por ejemplo, que están en constante transformación. Sin embargo, los reglamentos cumplen la misma función: si el BeReal determina que es el momento de subir una foto y esperar comentarios, allí van las legiones de niños, niñas y adolescentes. Si la barrita del Instagram sube o baja, esa interacción determinará en el plano 3D algún roce que marque la diferencia. Es en esta instancia en la que chicos y chicas pasan de ser meros consumidores, a tomar decisiones que luego impactarán en el plano real. Es aquí donde las marcas y las empresas tienen la gran oportunidad de contribuir a generar propuestas en las que la interacción activa determine elecciones, genere consignas y plantee soluciones en un campo donde esta generación se mueve como pez en el agua.
El acceso a herramientas con tecnología les aporta un rasgo emprendedor que los caracteriza. De hecho la economía de creadores -impulsada en gran medida por la generación Z- se está cristalizando de manera mucho más profunda en esta generación. El consumo ya no es pasivo ni unidireccional, sino que las plataformas sugieren aportes y colaboraciones para sumar legiones de co creadores activos a las redes. Surge entonces un campo fértil para desarrollar experiencias personalizadas que, aunque con avatares propios, puedan generar intercambios online que resulten enriquecedores.
Cuando hace tres años la iniciativa del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, a través de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF), decidió cambiar el Día del Niño por el “Día de las Infancias”, marcó un antes y un después en cuanto a posicionar el enfoque de derechos con perspectiva de géneros y diversidad en la forma de representar a las vivencias de la niñez. Y con un simple cambio de nombre a tono con los tiempos actuales, se abrieron más puertas para transmitir mensajes y desarrollar campañas cuyo foco se centre en la inclusión.
La oportunidad de promocionar lanzamientos vinculados a la niñez es un enfoque estratégico clave, ya que la sociedad está cada vez más consciente de la importancia de la representación e igualdad. Así, las marcas que adopten este enfoque podrán construir una conexión emocional y auténtica con los nuevos consumidores y fidelizar la relación a largo plazo. El compromiso sincero con los valores positivos y un impacto social honesto será el camino para expresarse de manera genuina, evitando el uso superficial de estos conceptos que calan hondo en las audiencias emergentes.
Recuperar la capacidad de asombro por fuera de las pantallas también es un desafío a tener en cuenta ya que funciona como un antídoto contra el aburrimiento, el estado que enciende las alertas de los padres y los lleva a ponerle modo ON a los dispositivos. Sin embargo, el destino del aburrimiento debería ser transformarse, o bien, alertar sobre síntomas relacionados a la angustia, la tristeza o la depresión.
Es fundamental ayudar a los niños y niñas a tolerar los tiempos de “vacío” de actividades, sobre todo las dirigidas y organizadas, a soportar los tiempos de espera e incertidumbre, a abrir la caja de herramientas para encontrar recursos creativos, cerca o lejos de las pantallas. La autorregulación también es un ejercicio que resulta interesante entrenar de acuerdo a las características de cada niño o niña y de las diferentes dinámicas familiares. Dejando prohibiciones o penitencias de lado, que a largo plazo no mueven la aguja vincular, la idea de reconfigurar criterios y lazos de calidad, invita a establecer las nuevas reglas del juego. A barajar y dar de nuevo de acuerdo a un tablero que no para de mutar.