Contar con escasos recursos o poco capital inicial no es un impedimento para darle vida a un proyecto. De qué se trata esta forma de financiarse y cómo algunos argentinos lo aplicaron en los inicios de sus empresas.
EQUIPO SANTANDER POST
De acuerdo a las tendencias actuales de Capital Humano, el camino hacia el futuro laboral no es tan lineal como en otras épocas. El emprendedurismo crece y los denominados ‘nómades digitales’ pueden trabajar desde cualquier lugar y hacer un recorrido por fuera de lo tradicional. En este mismo contexto, las fuentes de financiamiento se modifican y se amplían, ya que el valor de hoy está en la innovación, en la creatividad, la agilidad y las ideas, más que en el capital en sí.
“El bootstrapping es un ejemplo más de estas tendencias”, asegura Mariela Mociulsky, CEO de Trendsity y Presidenta de SAIMO. Explica que este concepto hace referencia a un tipo de financiación de emprendimientos según el cual se amortizan recursos propios sin salir a buscar dinero. Es un método que calza justo en el concepto de emprendedor, que implica siempre, según su visión, en “una ambición, correr riesgos y la necesidad de ser paciente e innovador”.
En concreto, el bootstrapping surge como un conjunto de técnicas para iniciar un negocio con los recursos propios que el emprendedor tenga a mano. Tiene que ver con la articulación entre el ingenio y la imaginación que cada cual pueda poner en juego para aprovechar al máximo los recursos disponibles, junto al apoyo de métodos científicos, testear el producto en el mercado y medir datos para conseguir mejoras, explica a POST.
El fenómeno de los ‘bootstrappers’
Este concepto está pensado para los microemprendedores y pequeños equipos de trabajo a los que se denomina, precisamente, ‘bootstrappers’. Es decir, personas que tienen al alcance pocos recursos y consiguen arrancar un negocio sin tener que recurrir a financiación externa, aprovechando lo existente. Como toda técnica, tiene sus pros y contras. “Lo más importante del bootstrapping es la capacidad que le da al emprendedor para subsistir sin financiación externa y, a su vez, la posibilidad de mantener todo el control de su proyecto sin que los apoyos económicos quieran influir en la toma de decisiones”.
Del lado opuesto, advierte Mociulsky, la principal desventaja es que los resultados van a llegar principalmente a largo plazo: es un proceso paso a paso. “A su vez, es posible que la demanda sea alta y que esto no siempre sea algo beneficioso, ya que se pondrá en juego la capacidad que tenga el emprendedor de cubrirla con su producto o servicio. Muchas veces no se calcula bien el posible fracaso o el éxito, y el crecimiento puede ser difícil de administrar”, profundiza.
Casos reales de bootstrapping
Existen dos tipos de pequeños emprendedores. Por un lado, los microemprendedores, que son aquellos que buscan permanecer solos, sin empleados y que pretenden alcanzar un determinado estilo de vida con la oferta de un producto que les permita conseguir su objetivo. Y, por otro, los bootstrappers que, a diferencia de los anteriores, tienen una visión de negocio colectiva y, por lo tanto, buscan construir una red más grande que les permita un crecimiento progresivo en el desarrollo de su idea.
Un caso puede ser el de Victoria Simón, fundadora y CMO de Alquilando, la startup argentina que está revolucionando los alquileres en la región, premiada recientemente por Google y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En contacto con POST, habló sobre los inicios de la compañía que ya mueve cerca de US$ 35 millones anuales en pagos de alquileres.
“Para nosotros, el bootstrapping fue una forma fácil de ir empezando a tirar fichas a un proyecto mientras estás en otro”, explica la emprendedora. “Cuando empezamos con Alquilando, teníamos una agencia de marketing digital, con bastantes clientes y muy buen rendimiento. En ese entonces, uno de los proyectos que tenía nuestra agencia, y que estaba financiado totalmente por nosotros, era Alquilando”, comenta a POST.
Según cuenta Simón, esto les permitió ir haciendo una caja del negocio, que fueron destinando a la inversión de nuevos productos. “El tema era que, en un punto, sucedía como ‘aquel cliente que no te paga’; nosotros le pagábamos a él. Entonces, no le podíamos dar tanta dedicación. Esto nos llevó, más tarde, a buscar financiación externa. Pero la primera inversión, y la que sostuvo nuestro crecimiento inicial, fue de nuestro bolsillo y ahorros”.
Valentina Berger, la productora teatral argentina elegida por la Broadway Women’s Fund de EE.UU. como una de las mujeres más prometedoras de Broadway de 2021, también compartió a POST sobre los primeros pasos de GO Broadway, su academia de teatro musical en Nueva York.
“El comienzo fue interesante”, recuerda. “Con 17 años me fui a estudiar a EE.UU., y me empezaron a preguntar cómo hacer para estudiar en Nueva York. Yo desde chica había querido tener una academia de teatro musical. Armé un evento en Facebook y, con el primer pago que recibí, armé la empresa. Empecé a registrar la sociedad y la marca. No había un business plan muy concreto; eso llegó después”, cuenta la emprendedora.
El proyecto comenzó como un hobbie, como algo que Berger hacía aparte de su trabajo full-time. “Lo más importante es que me animé. A veces, uno como emprendedor espera un financiamiento o un media partner, y creo que muchos proyectos se caen por eso”.
El proyecto se sostuvo a lo largo de los años. En el primer GO Broadway fueron veinte chicos, el segundo fueron treinta y así fue creciendo de boca en boca. “Hoy llegamos a tener 15 mil clientes por año y, superada esta etapa inicial, ya estamos pensando en conseguir financiación para escalar el negocio a otros países”.
Para la productora teatral, lo más importante es animarse, juntarse con gente que sabe, y hablar mucho del proyecto personal que se tenga: “Si uno habla con pasión de lo que hace, y tiene buena reputación, la gente quiere invertir en la empresa y en uno”.
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